Camino de Sargoth

Así me encuentro de repente, y antes de que el sol marque el mediodía, cabalgando en solitario hacia Veluca, mientras mis hombres siguen emborrachándose en las calles de Dhirim. Realizo el viaje con muchas precauciones para no tener ningún encuentro desagradable, por lo que no llego hasta la ciudad rhodok hasta el día siguiente. La misión no parece de gran dificultad para mí, sobre todo teniendo en cuenta que no es la primera vez que la desempeño. Consiste en entrar en la ciudad disfrazado de mendigo para encontrar a un espía que Jarl Turya tiene en la ciudad para que me entregue unos informes que permitirán al ejercito nórdico entrar en la ciudad rhodok cuando se restablezca el asedio.

Tal como sospechaba no me resulta nada difícil entrar en la ciudad y tras dar varias vueltas por sus calles, consigo dar con la espía, una hermosa dama de generoso busto, que desliza en mis manos un tubo metálico donde se encuentran los informes que debo entregar a mi señor.

La lucha es sangrienta y aunque las fuerzas nórdicas disponemos de una amplia superioridad numérica, la férrea defensa de los rhodok provoca que apenas se produzca ningún avance por parte de las tropas del rey Ragnar, que solo pueden mirar la ciudad desde las almenas, sin llegar a pisar las calles.

Al final el ataque es repelido por los swadios y Jarl Knudarr tiene que ordenar la retirada antes de que masacren a los hombres que están intentando hacerse fuertes en las almenas sin conseguirlo. Durante toda la tarde los soldados nórdicos nos lamemos las heridas en nuestro campamento mientras los velucenses se creen seguros en su ciudad, cosa que más tarde se demuestra que no es cierta porque por la noche, al amparo de la oscuridad, Jarl Knudarr ordena un nuevo asalto que coge desprevenidos a los rhodok. Bajo la luz de la luna el ejército nórdico escala de nuevo las murallas y rápidamente controla las almenas, desparramándose por las calles de la ciudad, mientras los rhodok apenas tienen tiempo de reaccionar.

Al llegar a nuestra altura se abalanzan sobre nosotros con las espadas desenvainadas, cogiéndonos por sorpresa y sin darnos tiempo a  reaccionar, aniquilando a mis 8 hombres en un rápido combate.
- ¿Qué habéis hecho?  No soy enemigo de vuestro rey-digo
- Pues lo demostráis mal. Atacasteis a campesinos de Ismirala. Campesinos indefensos ¿recordáis?-dice el que manda, que resulta ser Boyar Tirida, señor de Sumbuja.
Durante varias semanas estoy cautivo hasta que el rey Yarogleg obliga a Boyar Tirida a liberarme para no crear un conflicto con el rey Ragnar. Libre, continuo en solitario mi viaje hacia Wercheg. Llego tras dos días de camino y cuando ya ha comenzado a anochecer. En las calles hay poca gente y solo se pueden ver dos hombres que caminan en mi dirección. Al pasar junto a mi cruzan una mirada y desenvainan sus armas. Rápidamente saco mi espada del cinto y me defiendo como gato panza arriba y aunque ellos son rápidos, consigo darles un par de tajos que les hacen caer en el suelo como el trigo seco ante la hoz. Una vez fuera de peligro me acerco a los cuerpos. No los reconozco de nada pero entre las pertenencias de uno de ellos encuentro una bolsa con 150 denares.  Es mucho dinero para estar en poder de ese par de pordioseros. Solo puede ser que se trate de dos ladrones que han tenido un golpe de suerte hace poco e intentaban repetir, o de dos sicarios que han cobrado esa cantidad de algún enemigo mío para hacerme desaparecer.

Durante unas semanas recorro la comarca y consigo reclutar una nueva compañía de 23 hombres y con ella me dirijo de nuevo a Veluca, esperando sacar beneficio de la guerra. Al llegar recibo un mensaje de Lady Hilde, que me llama a su presencia en el castillo de la ciudad. Me recibe en el gran salón, preocupada, donde me explica que su marido ha sido tomado prisionero por el enemigo y se encuentra preso en el castillo de Ibdeles, rogándome que lo libere.

Sé que es una misión complicada pero liberar al Jarl Turya serviría para reforzar mis lazos con él y con su casa, así que acepto y me introduzco en el castillo de Ibdeles escondido bajo ropas de mendigo.

Soborno al carcelero para poder entrar a hablar con el Jarl, que se encuentra encadenado como un vulgar ladrón de gallinas, por lo que no me queda más remedio que robarle las llaves al carcelero si quiero liberar al Jarl, algo que complica todavía más la misión. Las cosas no salen bien. En vez de desarmar al carcelero y robarle las llaves, el me desarma a mí y termino encadenado en la celda y sin conseguir liberar a Jarl Turya, sino haciéndole compañía en su cautiverio. Debería haber hecho caso de la predicción del erilaz e irme a mi casa de Sargoth donde habría estado tranquilo hasta la Modirnaetur.

- Cada día Ragnar esta más insoportable y toma decisiones más incoherentes-me dice a media voz- De momento sus estupideces quedan ocultas tras las victorias militares, pero el día que comencemos a cosechar derrotas…
- Creo que vos y yo deberíamos colaborar más estrechamente-digo yo.
- ¿Estáis pensando en una alianza entre nuestras casas?-repone él con expresión de sorpresa
- Si. Nuestras propiedades se encuentran cerca una de otra y nuestros intereses son comunes…
- Jarl Garfielz, no os lo toméis a mal pero creo que  es pronto para que habléis en semejantes términos-me responde el tajante- Aun os estáis labrando un nombre en el mundo y no creo que seáis el esposo adecuado para mi hija, Lady Endegrid. Aun no.

Después de una negativa tan tajante no me queda más remedio que callar y aceptar la decisión de Jarl Turya. No es que tenga mayor interés en casarme con Lady Endegrid, a la que tan solo he visto una vez mientras la escoltaba desde Sargoth hasta Dhirim, y tampoco había mucho que ver porque iba tapada de cabeza a pies. Pero aquí las cosas se hacen así: hacemos un pacto político y en vez de darte una copia del acuerdo firmada por los dos, te emplumo a mi hija, te guste o no, este más buena que el pan o sea mas fea que pegarle a un padre con un calcetín sucio. Y encima aquí no hay derecho al divorcio.

Mientras tengo la mente ocupada en estas cavilaciones voy dando vueltas sin rumbo por la ciudad y mis pies me llevan hasta un puesto donde un maestro armero expone sus creaciones. Mis ojos se posan sobre un hauberk, una túnica de malla que llega a media pierna y cube los brazos por completo. Decido comprarlo ahora que dispongo de dinero, puesto que me defenderá mucho mejor que mi sencillo haubergeon. Adquiero además un sobretodo rojo que me da un aspecto más noble. Así apaciguo mi frustración a base de tirar de tarjeta. O, mejor dicho, de bolsa de denares.

Después de unos días de preparativos Jarl Reamald decide iniciar una campaña que aseste un golpe mortal a los swadianos y así los nobles nórdicos, con nuestros ejércitos, nos encaminamos, siguiéndolo, a asediar Praven. Una vez allí el mariscal me encomienda reconocer los alrededores. Pero después de unos días de asedio Jarl Reamald decide levantar el sitio. No parece que le vaya a compensar un largo asedio de incierto final ante una plaza fuertemente defendida, así que decide ir contra un objetivo más sencillo, el castillo de Kelredan.

De camino algunos nobles swadianos intentan cortarnos el camino, aunque son contrarrestados rápidamente. Es el caso del conde Meltor que nos hostigar pero que termina enzarzado en una batalla contra Jarl Dirigun y Jarl Surdun.  Mientras el resto del ejército se dirige hacia Kelredan, yo encamino a mis hombres hacia la batalla. La balanza pronto se inclina a nuestro favor gracias a nuestra superioridad numérica. El combate se salda con una victoria nórdica y un regalo para mi, capturo al conde Meltor que se convierte en mi prisionero.

Mientras avanzo nervioso por las salas del castillo de Sargoth, me asalta la duda de si deberia haber venido. Cuando llegó a Serindiar un soldado con un mensaje del Rey en el que me llamaba con urgencia a que me presentase En el Castillo de Sargoth, me asaltaron los temores de que me sucediese lo mismo que a Jarl Ruya. Rolf, inmediatamente, me desaconsejó acudir y me propuso huir hacia el Reino de Rodhok, pero yo decidí seguir mi instinto y he recorrido la distancia que separa mi fuedo y la capital del Reino del Norte para para presentarme ante el soberano.

El camino se ha hecho más corto que otras veces, quizá porque desde la caída de Uxhal en manos nórdicas el trayecto es más seguro, ya que el centro de Calradia está bajo control del Rey Ragnar y no he tenido que esquivar enemigos. Quiza sea porque mi nuevo caballo de batalla corcovado es más veloz que mi viejo caballo estepario que comenzó a cojear nada más llegar a Serindiar, lo me obligo a gastarme 239 denarios en una nueva montura en Veluca. No es que pueda compararse a un Faarn de 150 caballos, pero es mas veloz que mi viejo corcel. Aunque quizá simplemente el camino se me ha hecho mas corto porque estaba demasiado enfrascado en mis pensamientos.

Durante el trayecto he podido meditar sobre todo lo que ha sucedido desde la toma del castillo de Kelredan. Solo han pasado tres meses pero son muchas las cosas que han cambiado en el Reino. Jarl Turya volvió a ser nombrado mariscal en la torre del homenaje de ese castillo, tras su toma y cuando la sangre aun no se había secado en el suelo y muchos de sus defensores todavía yacían inertes sobre las murallas sirviendo de alimento a los buitres.

Como Mariscal tenía que dirigir una guerra con dos frentes abiertos, con los rhodoks y con swadios. Si con los primeros la situación parecía estancada y no se vislumbraba más salida que una paz negociada, con los segundos la situación era prometedora y se aventuraba la toma de alguna gran ciudad. Pero Jarl Turya no tuvo tiempo de organizar una campaña contra los vasallos del rey Harlaus, puesto que pronto los kergitas abrieron un nuevo frente, declarando la guerra al Reino del  Norte, con intención de sacar benéfico del rio revuelto. En un golpe de suerte para los súbditos del Khan, apresaron a nuestro Mariscal y lo llevaron a Tulga, mientras que el rey, contrariado por el hecho que su Mariscal se dejase capturar por el enemigo, nombraba a Jarl Dhriyul como su sustituto.

El nuevo mariscal tenía una concepción más conservadora de la guerra que su predecesor y estaba más preocupado por no perder Veluca a manos de los rhodok que por ampliar las fronteras ante los swadios conquistando Praven. Personalmente era algo en lo que yo estaba de acuerdo por la situación de mi señorío en la frontera Rhodok, pero la mayoría de los nobles y de los soldados no eran del mismo parecer, puesto que en la conquista de una gran ciudad proporciona un gran botín que no se consigue solo defendiendo las fronteras.

Aunque la guerra no me estaba reportando grandes  beneficios, fue durante una de las operaciones de patrulla en los alrededores de Veluca cuando mi ejército pudo participar en una batalla que se había  iniciado entre las tropas de Jarl Alagur contra las tropas del conde Taisa. Nos abalanzamos sobre los contendientes y conseguimos ayudar a Jarl Alagur a vencer al conde, que termino entre mis prisioneros, por el que recibí luego una suculenta recompensa.

Durante esos días me encontré, en los alrededores de Veluca, con Jarl Reamald que me  explicó que estaba preocupado por la suerte de su hermano, el Jarl Turya, llegando a proponerme ir a Tulga en su rescate.

Aunque era una operación muy peligrosa, acepte porque era una misión que podia reportarme grandes beneficios, como una alianza con el Jarl Turya y su casa… aunque all final todo quedó en humo y no hubo beneficios que disfrutar. La misión terminó siendo un clamoroso fracaso y yo di con mis huesos en los calabozos de Tulga haciendo compañía a Jarl Turya, teniendo que aguantar su mal genio y sus diatribas contra el rey hasta que conseguimos ser liberados en un canje de prisioneros.

La vuelta de Jarl Turya al Reino del Norte no supuso una mejora de la situación del reino y de la guerra como yo había previsto. La relación entre el rey y el exmariscal no hizo más que emporar desde ese momento. El Jarl ponía en cuestión todas las decisiones del rey, como la de conceder el castillo de Kelredan y la Chide Jarl Dhiyul, un noble recien llegado a la corte de Sargoth.

- Parece que en este reino siempre pasa lo mismo. Los últimos en llegar son siempre los primeros en recibir feudos-se lamentaba un día que acudí a su castillo de Tehlrog.

Debieron llegar noticias de las quejas de Turya al soberano porque comenzó a desconfiar abiertamente de su exmariscal. Cuando el rey  se cansó de la tibieza de Jarl Dhriyl ni se le pasó por la cabeza en sustituirlo por Jarl Turya o alguien de su entorno, sino en Jarl Dundush. Afrentado, Jarl Turya subió el tono de sus críticas y comenzó a atacar al entorno del rey.  Incluso llegó a pedirme que le ayudase y que acusase públicamente a Jarl Valishin, un buen amigo del rey. No me pareció adecuado, el noble no me había hecho nada y no me apetecia enemistarme con el rey, pero si queria la mano de la hija de Turya y una alianza con su casa tenia que demostrar mi fidelidad, asi que durante un banquete en el castillo real me encaré con Jarl Valishin delante de todo el mundo, acusándolo de vil y deshonroso a gritos.

- Un momento … ¿Qué habéis dicho?-exclamo sorprendido el noble, que no esperaba el ataque
- Ya me habéis oído. Traéis la desgracia a vuestra casa y a nuestro reino-seguí gritando mientas se hacia el silencio en la sala hasta el punto que se podia oir el vuelo de una mosca.
- ¿Ah si? Pues bien, oid esto: vos sois una víbora y una persona sin escrúpulos y si no os enfrentáis a mi sois un cobarde- me retó, rojo de ira

Mi impertinencia desembocó en un duelo con Jarl Valishin, así que al anochecer nos encontramos extramuros de la ciudad, pero parece que los dioses decidieron castigarme por mi actuación deshonrosa y terminé viendo las estrellas y besando el suelo, y suplicando por mi vida. Valishin me perdonó la vida porque comprendió que yo no era más que un peón en una partida en la que eran otros los que movian las piezas pero mi derrota no hizo que mejorase  mi relación con Jarl Turya.

- Me he enterado que os venció y os obligó a retractaros de vuestras palabras. –me dijo con voz gélida cuando nos encontramos-Me disculpareis si mi gratitud hacia vos no es muy efusiva

Por su parte el rey seguía con su política de atraer nobles extranjeros a su corte. Así concedió Uxhal, ciudad recién conquistada, a Jarl Biliya, lo que enfureció más al exmariscal. Una cosa era conceder castillos y aldeas a recién llegados, pero una gran ciudad era demasiado y se lo llevaban los demonios.

Con Jarl Dundush al mando cambió la política guerrera del Reino del Norte. Se pactaron treguas con swadios, rhodok y kherguitas, lanzándose contra el verdadero enemigo del Norte. Así comenzó a realizar provocaciones en la frontera del Reino Vaegir hasta que, al fin, consiguió que estallase la guerra entre los súbditos del Rey Yaroglek y los del Rey Ragnar.

La guerra se decantó pronto hacia el lado nórdico y nuestro mariscal decidió poner bajo sitio el castillo de Jelgebi.  Mi ejercito acudió al asedio y el castillo no tardó en caer en nuestras manos, lo que dió alas a nuestro monarca para comenzar a soñar con recuperar algunos territorios como el castilo de Curin, un vergonzoso enclave vaegir frente a Sargoth, en la isla de Kwin.

Pero aunque en el terreno bélico las cosas iban bien para nuestro rey, eso no hacia que se mostrase más comprensivo con el Jarl Turya. El soberano, cansado de la hostilidad que le mostraba el noble decidió darle un aviso, declarando traidor a su cuñado Jarl Gundur, que tiene que huir a toda prisa y recalando en la corte del Rey Harlaus.
No contento con ello, tras el asedio al castillo de Vyincourd, cuando el rey da un paso más y decide acusar de traidor a Jarl Reamald que debe huir al desierto sarrani. Así, en poco tiempo el Jarl Turya pierde dos familiares y aliados en el reino, quedando en una situación muy delicada hasta el punto que pocos días después me confió que temia que pronto el seria el siguiente en caer en desgracia, lo cual me preocupó seriamente, no solo porque iba a dar por tierra con todo mi plan de aliarme con la casa de Turya, sino que me exponia a mi mismo a la ira real como amigo de un enemigo del rey.

Sigo dandole vueltas a todas estas cosas mientras espero de pie en la sala de audiencias del Castillo de Sargoth, cuando de repente el heraldo real anuncia la llegada del rey, que aparece tras la puerta con cara de pocos amigos y me hace dudar si no he cometido un grave error al no seguir el consejo de Rolf.

- He oído decir que tenéis en vuestro poder a Boyar Klargus- me pregunta a bocajarro.
- Sí, mi señor- respondo algo aliviado al ver que la conversación no va encaminada a acusarme de traicion- lo capturé a finales de Hayannir [15 de agosto] en las cercanías de Sumbuja y desde entonces me acompaña a su pesar

- Supongo que estaréis esperando recibir un suculento rescate de la familia… aunque quien sabe cuánto tardaran… yo os pagaría 5100 denarios inmediatamente

- Acepto vuestra oferta. Os lo entregaré gustoso por 5100 denarios-respondo inemdiatamente al ofrecimiento del rey. No necesito el dinero, puesto que la guerra ha incrementado mis ingresos y actualmente dispongo de mas de 5000 denarios en mis arcas, y dadas las circunstancias, si me lo hubiese pedido, se lo habria regalado.

- Excelente-asiente el satisfecho- Oí decir que salvasteis a mi mariscal de una derrota segura.

- Sí, mi señor. Tras la toma del castillo de Vyincourd. Me dirigía hacia Uhun cuando lo vi enzarzado en una batalla. Obviamente no dude en lanzarme en su ayuda.

- Os honra.-vuelve a asentir el monarca- La verdad es que estaba pensando en un cambio de Mariscal… Dundush es un buen vasallo pero no es la persona adecuada para ocupar la mariscalía. Demasiado impulsivo... ¿Quién creéis que sería adecuado para este puesto, Mikhaal?

- Yo os propongo a ….- comienzo a decir inseguro. No puedo decir “Jarl Turya”, sería un insulto para el Rey. Si hasta entonces no había dado muestras de querer lanzarme a las mazmorras, no era cuestión de tentar a la suerte. Tampoco tengo muchas más alternativa porque los nobles con los que tengo mejor relación, han huido del reino. Me da la sensacion que los nobles cambian mas de lealtad que de ropa interior… aunque tampoco es muy difícil. Por la olor que despiden algunos de ellos no deben haberse cambiado de ropa interior en años.

Durante unos momentos, que a mi se me hacen eternos, ningun nombre viene a mi boca mientras el rey me observa con su frio semblante. No puedo nombrar a mis amigos porque son enemigos del rey y no quiero nombrar a mis enemigos, aunque seria una salida honrosa... hasta que se me ocurre un nombre que no me puede perjudicar.

- ... os propongo que me designéis a mi-termino diciedo con voz firme.

- Yo tambien habia pensado en otorgaros ese puesto-exclama el Rey dejándome completamente descolocado, con los ojos como platos y la boca abierta- Desde el día de hoy os nombro mi Mariscal.

De esta forma salgo de la sala sin saber muy bien hacia donde me dirijo, aliviado de que los negros presagios de Rolf no se hayan materializado y de no salir de la sala de audiencias camino de las mazmorras cargado de cadenas, sino con el baston de Mariscal del Reino en la mano.