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    Hijos de Calradia [Escenas]

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    Mensaje por Dosjotas Sáb Ago 27, 2016 9:08 pm

    Hola de nuevo! Allá por 2012 -13 inicié hace tiempo un prólogo de las distintas facciones del juego para novelar. Enlazo link a modo rescate de las profundidades del foro para quien le interese: https://www.caballerosdecalradia.net/t529-hijos-de-calradia-prologos-facciones  .A continuación iré pubicando capítulos a partir de lso precedentes que se exponen en lo narrado en el enlace (el prólogo). Lo que sigue ahora es la historia que se sucede partir de ese prólogo. Con que entretenga a alguien me daré más por satisfecho. Agradezco críticas, opiniones, comentarios...etc. Disculpad posibles erratas. Muchas gracias!!

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    CAP. I

    Había cabalgado incesantemente durante varios días, hasta que al fin penetró las puertas de la ciudad. Normalmente Rivacheg era una ciudad viva y alegre a mediados de primavera, cuando el blanco que decoraba los tejados y las calles empedradas se derretía, el sol iluminaba sus fachadas claras y sus gentes aprovechaban para pasar el día en las calles. En esta ocasión, y a pesar de la agradable temperatura, el lugar parecía más frío que en pleno invierno. Los guardias que custodiaban los grandes portones de la entrada principal le habían examinado al pasar con desconfianza, y la gente, que circulaba rápidamente con la cabeza gacha, no se detenía a conversar, como si tuvieran prisa por llegar a su destino, o la calzada quemara al pisar. Burdok tiraba de las riendas de su caballo a medida que se adentraba en la plaza principal, caminando instintivamente con cautela y observando a su alrededor, contagiándose poco a poco del ambiente enrarecido. El lugar estaba extrañamente semidesierto y con algunos de los puestos desatendidos. ¿Dónde estaba la gente? Normalmente, a estas alturas del año, el deshielo de los caminos y las travesías templadas permitían abrir las rutas, así que comerciantes de todos los puntos cardinales acudían a la ciudad para abastecerla y hacer negocio. Los provisionales tenderetes de madera deberían estar a rebosar con mercancía suficiente, al menos, hasta finales de verano. Concentrado en estos pensamientos, no había deparado en el golpeo de los cascos del equino contra el empedrado, que retumbaba con un fuerte eco sobre el ligero y discreto murmullo que aún sobrevivía en el lugar. Se detuvo en seco unos instantes para observar la plaza y el animal relinchó levemente, así que las escasas miradas que aún poblaban la plaza se centraron sobre el hombre. Burdok había sido hasta hace poco un cabecilla de mercenarios cuyos méritos habían forjado un escaso aunque respetado renombre entre los círculos castrenses de la zona. Incluso, aunque no oficialmente, se le había considerado el máximo responsable de una de las secciones de la frontera del reino. Todo perdido, a manos de un enemigo desconocido que tan sólo dejó un medallón metálico con unas extrañas letras inscritas. Ahora ese medallón estaba en manos del jefe de la ciudad. ¿Quién había asaltado la embajada del Rey Yarogelk el Grande en tiempos de paz? Necesitaba respuestas. Y hombres. Y dinero. Sobretodo necesitaba dinero. Burdok estaba arruinado. Al menos, el pequeño depósito de agua, más parecido a un gran pozo, estaba lleno. Las canalizaciones funcionaban bien. Sumergió las manos repetidas veces y se sació. Estaba muy fresca. Mucho mejor que los restos de nieve que llevaba bebiendo días, pensó. El animal se acercó instintivamente a imitar a su dueño. Al igual que Burdok, parecía gozar con aquel líquido.

    - ¡Eh, alto! – Dos guardias, los únicos que custodiaban la plaza –hasta eso era raro, normalmente la guarnición del mercado no bajaba de la docena, sin contar los matones privados de los que disponía la cofradía para custodiar el orden y disuadir ladrones- se acercaron apresuradamente hacia el depósito con las manos sobre las empuñaduras de sus espadas envainadas. No era para menos. Aunque mejor armados que Burdok, eran unos retacos bisoños comparados con él. En el peto de cuero rajado y parcheado del veterano exjefe de mercenarios, su rostro quemado por el sol y su hoja de matarife desgastada, se leía mucha más experiencia que en la reluciente malla que vestían los soldados. Y eso sin contar su hedor, decorado con sangre seca. Sí, sangre ajena y propia, producto de aquella escaramuza que le truncó la suerte. - ¿Es qué no has leído la nota? – Señaló uno de los guardias, el que le había dado el alto, hacia la cofradía, cuyo edificio presidía la plaza del mercado. Se podía acceder al mismo mediante unas simétricas escaleras en curva que nacían en una de las orillas de la plaza. Las escaleras terminaban por desembocar, ambas, en el mismo punto; las puertas, dónde había clavados varios papeles, entre ellos, se presuponía la nota señalada por el guardia.

    - ¿Leer? – Burdok pensó en alto, paseando la palma de su mano involuntariamente por el mentón. La barba comenzaba a abrirse paso, y el tacto era extremadamente áspero. Necesitaría un afeitado pronto. Y un corte de pelo. Todo ese vello le resultaba tremendamente incómodo. Igual que leer. Burdok leía lo justo, despacio, y en ocasiones, mal. Había aprendido a fuerza de necesidad, para rellenar algún asunto con sus clientes relacionado con sus honorarios…

    - No se puede coger agua de los depósitos si no nos presentas antes tu permiso. – Informó el guarda, casi sistemáticamente, sin hacer mucho caso al veterano que tenía frente a él. Burdok no terminaba de encajar la noticia. ¿Había entendido bien? ¿Permiso para coger agua allí? ¿Desde cuando? Aunque llevaba mucho tiempo trabajando en aquel reino, ese no era su idioma materno, y en ocasiones, aunque cada vez más escasas, tenía algún problema para entenderlo correctamente, pero no era el caso. El soldado se había expresado de manera bastante clara. Se resignó. No le convenían problemas con la autoridad, pero antes de poder decir nada, el soldado se fijó más detenidamente en el rostro de Burdok. - No eres de por aquí, ¿verdad? – Preguntó retóricamente. Estaba claro que no parecía foráneo del lugar. Allí casi todo eran rubios o con el pelo castaño claro, liso y lacio, con los pómulos más prominentes, los ojos claros, piel blanca y el mentón más cuadriculado. Burdok, en cambio, tenía el pelo ligeramente ondulado, de color castaño oscuro, la mirada parda, la piel tostada y la cara más bien redondeada, a pesar de su incipiente delgadez. - ¿Qué haces aquí? – El soldado finalmente preguntó con extrañeza.

    - Visito a mi hermana. – El veterano no mintió, aunque no reveló todas sus intenciones. – Tiene una posada aquí, justo en la calle que hay detrás del establo. - Su hermana regentaba aquel lugar, que financió con el dinero que Burdok le mandaba desde el frente. En parte, su visita se debía a comprobar como iba aquella inversión.

    - Un momento… -El guarda volvió a examinarlo detenidamente. - ¿Eres el hermano de “la Morena”, la tabernera?

    - Posadera. – Aclaró Burdok.

    - ¡Posadera dice…! – Los soldados no pudieron contener una leve carcajada. - ¡Yo se quien eres! –Las risas se acrecentaron- ¡Mira compañero! -Dijo aludiendo al otro soldado…- ¡Este el cabecilla de los mercenarios que huyó de una banda de rapiñadores en la frontera norte! -Se mofó, y finalmente fue cesando su risa- Vamos a hacer una cosa. No te arrestaremos. Ya tienes bastante. Un favor. Una multa y este asunto del agua está olvidado. Entre soldados.

    - ¿Una multa? – Burdok comprendió de que iba el asunto. Omitió el hecho de que le llamaran cobarde. La cosa no había sido así pero no tenía tiempo para explicárselo a dos imbéciles. Le estaban pidiendo un soborno. Era una práctica habitual no arrestarse entre soldados si se podía evitar, siempre que no hubiera un superior delante o no fuera una orden directa. Observó detenidamente a los hombres. Eran más altos que él, pero demasiado idiotas como para sobrevivirle. La hoja de su cuchillo era pequeña, y el hueco que dejaba la malla entre la parte superior del pecho y el principio del arnés del casco metálico, lo suficientemente grande. No debería tener dificultad matar a los dos niñatos en aquel momento, pero comprendió que tras matarlos sería complicado salir de la ciudad de una pieza si asesinaba a dos guardias en mitad de la plaza a plena luz del día. No había hecho tanto viaje para eso.

    - No tengo dinero. – Dijo armándose de paciencia. No comprendía que ocurría, y eso no le gustaba. ¿Le estaban vacilando unos niñatos? ¿A él? El otro soldado miró al caballo y abrió la boca.

    - Nos valdría esto. Como fianza. En realidad, si tienes unas monedas… ya sabes, para chicas…

    - Estoy vacío. – A Burdok se le agotaba la paciencia. El dinero se agotó hace tiempo.

    - Pues el animal. –Sentenció el guardia. - Y yo que tú iría a hablar con tu hermana, a ver si te puede prestar algo. -Dijo con fingida ingenuidad. -  Nosotros cuidaremos al animal mientras…. –Sonrío sarcásticamente al decir esto-  Si tienes mañana el dinero después de las campanadas del mediodía estaremos por aquí. Si no… -Se encogió de hombros. – Lo tendremos que vender.


    Burduk bebió agua una vez más con discreción mientras los soldados parecían cotillear al tiempo que guiaban al caballo en dirección opuesta a él. ¿Estarían hablando de su hermana?. No dijo nada al irse, levantó la mano con resignación y resentimiento, tratando de ocultar una temible ira interna que amenazaba con consumirle por unos momentos. Unos niñatos le habían requisado el caballo por beber agua en la plaza de la ciudad. Tantos años de combate para terminar siendo víctima de un abuso como ese. Pero eso no era lo peor. ¿Por qué unos soldados conocían tan bien a su hermana? ¿Desde cuándo había que pagar por beber agua? ¿Por qué estaba todo el ambiente tan enrarecido y tenso? Comenzó a ponerse de un horrible humor, pero al menos su hermana tendría respuestas. Se puso en marcha hacia la posada. Bien pensado, el caballo ya había cumplido su cometido. Ni tan siquiera era suyo, lo había tomado “prestado” del ejército real, cuando aún era alguien para hacerlo. Sería una carga. Mientras trataba de consolarse con estos pensamientos atravesó malhumorado las callejuelas contiguas a la plaza con brío, mirando al frente, casi esperando que algún listo le observase de mala manera para poder descargar toda esa tensión y frustración contra su cara, pero no ocurrió. Aquello continuaba desierto. Miró hacia el sol, que asomaba levemente entre un par de edificios bajos. Era a media tarde. Había un enorme letrero de madera asomando en lo alto de próxima esquina, colgado del primer piso de una fachada. Era el letrero de su posada. Llevaba un par de años sin ver a su hermana. Sólo esperaba que no se hubiera dedicado a la prostitución… Que una mujer tenga cierto renombre entre los soldados nunca suele resultar algo decoroso. Tocó la puerta con fuerza un par de veces seguidas. No hubo respuesta. Volvió a hacerlo, tres y cuatro. Mismo resultado, así que comenzó a aporrear la puerta violenta y seguidamente, al tiempo que gritaba. Por suerte, no había nadie en la calle, así que se pudo abstener de miradas indiscretas y comentarios.

    - ¡¡¡Linzs!!! ¡¡Abre la puerta!! ¡¡Soy yo!! ¡¡Linzs!! ¡¡Abre!!  - Burdok creyó distinguir unos pasos, como si bajaran desde el segundo piso de la posada, dónde estaban los dormitorios. Cesó los golpes un instante y pudo escucharlos: Sí. Bajaba alguien.

    - ¿Quién…? – una tímida voz femenina asomó tras la puerta.

    - ¡Burdok! –Chilló desesperado. - ¡Ábreme! – La mujer abrió dos cerrojos y la puerta cedió lentamente. El hombre terminó de hacerla a un lado, violentamente. Encontró a su hermana, algo asustada, tras ella. Apenas había cambiado, quizá se le notaba la piel más gastada, pero eso era todo. Tal vez no le había ido tan mal. La posada no tenía mal aspecto, todos los taburetes se tenían en pie, había dos o tres por las cinco superficies para comer; dos mesas y tres barriles. Era un sitio pequeño pero decente. Había comida a la vista, dos pollos sin piel, colgando, y una gran cubeta con agua ¡Agua! Se acordó de la plaza; en su posada no tendría que pagarla, ya lo habría hecho su hermana. El lugar era algo lúgubre y polvoriento, por el que apenas entraba la luz. Las ventanas eran un invento arriesgado para los pisos inferiores, así que la poca luz natural provenía de las del piso de arriba, que se colaban por el hueco de la escalera. El resto emanaban de pequeñas lámparas colgadas a modo de apliques en las paredes de yeso ennegrecido. Al menos no parecía un sitio del todo indecente. Volvió a mirar a su hermana. Estaba delgada, pero era su constitución natural. El pelo ondulado y moreno, los ojos castaños, el puente de la nariz largo pero estrecho, los labios finos pero carnosos… Estaba igual de guapa, ¿tenía más pecho? Se avergonzó de pensarlo. ¡Era su hermana! Pero no lo hacía por eso, sencillamente quería comprobar su estado de salud. La cadera le había ensanchado ligeramente, pero talvez eran imaginaciones. Llevaba una humilde falda color gris que se extendía hasta debajo de las rodillas, un camisón blanco cerrado hasta el cuello y unos sencillos zapatos abiertos negros, muy dados de sí. Al menos nos vestía como las libertinas de la ciudad. Tras el rápido examen visual, Burdok recordó por qué estaba de tan mal humor.

    - ¿Por qué está la posada cerrada? – Burdok se temía lo peor. ¿Llevaría ahora un horario nocturno? ¿Estaba haciendo algún tipo de “servicio especial” que le impidiese tener las puertas sin cerrojos?

    - Buenas tardes hermano. – Dijo la muchacha malhumorada, cortante, sin ocultar cierto temor. - ¡Llevamos dos años sin vernos y entras como un energúmeno!

    - Contéstame. – Insistió enérgicamente.

    - Es que ahora mismo no puedo atenderla… -Habló temblorosa.

    - ¿Te estás prostituyendo? -Dijo iracundo. Miró alrededor y agitó las manos. - ¡Esto es un prostíbulo! ¡Lo imaginé! ¡Tienes clientes arriba! – Burdok parecía volverse loco por momentos. Le vino a la cabeza la imagen de unos soldados, parecidos a los que estaban en la plaza, abusando de su hermanita. Inició unos pasos hacia la escalera para ir al piso de arriba, pero su Linzs se interpuso.

    - Calla… No chilles… Ahora no podemos subir. - Susurró ella, tratando de domarlo, al tiempo que lo miró furiosa, rechinando los dientes. Estaba asustada, pero lo más importante era que su hermano se tranquilizara. Siempre lo había considerado un bruto, pero la guerra le debió empeorar el carácter. El veterano continuó hecho una furia.

    - ¡Cállate tú, puta! – Burdok levantó la mano y agarró a su hermana del brazo. Respiró profundamente, apretó los dientes y finalmente la bajó. Soltó a su hermana con desprecio. –Explícame ahora mismo… - Volvió a tomar una gran bocanada de aire, tratando de relajarse- … por qué te conocen tan bien unos guardias de mierda de plaza. ¡¿Qué has estado haciendo con el dinero que te dí?! ¿Acaso lo perdiste todo y tienes que abrirte de piernas para toda la guarnición? ¡Déjame subir ahora mismo! ¡Si hay alguien ahí arriba lo mato!

    - Arriba hay alguien… Pero ahora no debemos subir. -Dijo mirando al suelo. Le dolía el brazo por dónde su hermano le había agarrado. Había que tratar de hacerle entrar en razón. Burdok era un bruto, no un idiota. Y estaba vivo. Cuando dejó de recibir paga se temió lo peor. Estaba arruinado, no muerto. Los rumores eran ciertos; huyó. Sabía que de ser así aparecería tarde o temprano, y le tendría que contar la verdad. - ¡Cuándo te tranquilices te lo explicaré todo! – Suplicó finalmente. Los ojos de Linzs, que llevaban unos instantes tratando de contener una lluvia de lágrimas, finalmente cedieron ante la presión de las circunstancias. El nudo en la garganta pareció ceder lentamente a medida que sus mejillas se humedecían. Burdok tomó asiento en el primer taburete que creyó oportuno. Miró al barril que había en la mesa y aproximó otro taburete junto a él, bruscamente.

    - Está bien. Siéntate ahora mismo conmigo. -Dijo tosco. - Porque teníamos mucho de que hablar, pero ahora más aún si cabe. Trae pan. Y cerveza. O vino. O lo que tengas. – Pensó que sería buena idea darle una oportunidad a su hermana antes de subir, encontrarse cualquier sorpresa insospechada y montar una escabechina.

    - Ahora mismo… - La joven asintió obediente, al tiempo que se dirigió rápidamente hacia la barra del saloncito. Linzs estaba partiendo una hogaza cuando un llanto procedente del piso de arriba rompió el incómodo silencio, produciéndole una parálisis. Al tiempo, la silueta de su hermano, que hasta ese momento se mostraba inquieta, quedó petrificada como una sombra inerte al otro lado del interior de la posada, hasta que reaccionó:

    - ¿Qué coño…? – Burdok alzó la mirada instintivamente hacia la parte superior de la escalera.

    - Vaya… Al final se ha despertado…


    Última edición por Dosjotas el Lun Sep 05, 2016 2:14 am, editado 1 vez


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    Mensaje por Hirdmann Sáb Ago 27, 2016 11:20 pm

    ¡Milagro, milagro! Shocked

    Con lo trabajados que estaban los prólogos era una putada que no iniciaras la historia, me alegra ver que al fin vas a continuarla.


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    Mensaje por Mikeboix Dom Ago 28, 2016 12:01 am

    ¡Alabado sea el profeta! ¡Madre mía, casi cuatro años han pasado! Toca volver a releer los capítulos de introducción, que ya prácticamente no me acuerdo de nada. Una alegría enorme volver a verte escribir tus fantásticas historias aquí, Dosjotas Smile


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    Mensaje por Dosjotas Dom Ago 28, 2016 10:06 pm

    CAP.II


    El pequeño Jyns parecía no terminar nunca de saciar su apetito. Llevaba un buen rato mamando del pecho de Linzs incesantemente, tanto era así que la joven tenía que apartarle el pezón de la boca de vez en cuando para que no se atragantara. Lo miró con ternura cuando finalmente pareció quedarse dormido. Estaba ya gordito, y parecía muy sano.

    Era noche de luna nueva. Burdok acababa de cerrar la posada para evitar la entrada de indeseables. Linzs tomó una buena bocanada de la paz que se respiraba en aquel momento de intimidad, meció ligeramente al bebé, y lo reposó sobre el catre dónde ella, hasta hace unos meses, acostumbraba a dormir sola. Bajó al primer piso y distinguió a su hermano, que estaba al otro lado del saloncito, tras la barra. Durante las dos semanas que llevaba ya de estancia se había mostrado tremendamente malhumorado, y Linzs apenas podía tratar con él sin que la cosa acabara en discusión.

    - Te dije esta mañana que compraras sal. – Burdok examinaba las escasas existencias que quedaban en el lugar de almacenaje tras la barra. Habló seco, sin tan siquiera mirar a la cara a su hermana.

    - No hay sal. -Contestó ella. – Me he ido al mercado pequeño y allí tampoco había. Se lo han llevado todo para el ejército.

    Burdok quedó un momento pensativo. La carne aguantaría como mucho un par de días más, aunque eso era una preocupación menor. Todo había salido mal. Su negocio estaba arruinado; una posada sin apenas clientes y sin acceso a mercancías que vender no valía nada. Su carrera militar había resultado truncada. Todo el mundo le consideraba un cobarde. Sus tierras en la línea, la frontera norte, serían, a estas alturas, un campo de batalla, así que no podía venderlas. No, de facto ya no le pertenecían. Para colmo se había encontrado con un sobrino sin padre, que no hacía más que consumir a su hermana. El padre… Burdok volvió a insistir en un asunto que ya tenían bastante hablado.

    - ¿Seguro que no sabes nada del padre? – Preguntó.

    - Ya te he dicho que no. -Contestó seca.

    - ¿No te forzó de verdad? ¿Le estás protegiendo? ¿Estás enamorada de ese cabrón? -Preguntó agresivamente.

    - No, no y no. Ya te lo dije. -Otra vez la misma historia, pensó. -  Me ayudó durante los primeros meses de embarazo. Traía comida y dinero cada vez que le daban permisos. Se portó bastante bien hasta que se borró del mapa. Y nadie le obligaba a venir.

    - Es un soldado bastante conocido. – Aclaró Burdok. – Si hicieras algo más podrías ponerte en contacto con él de alguna manera.  

    - Hazlo tú. -Linzs contestó de mala gana. – Nadie te lo impide.

    - ¿Crees que de poder no lo hubiera hecho? Marmun Bryled no está en la ciudad. Su palacete de las afueras sigue desierto. No están ni los criados. Es mi único contacto en el ejército que aún cree que no soy un cobarde… Si no ha cambiado de opinión. Imagino que estará con las líneas en el norte. -Despues de decir esto quedó un momento pensativo, y volvió a volcar su frustración contra su hermana. – Deberías haberte dejado abrir las piernas por un hombre que respetara tu honor y se hiciera cargo de sus consecuencias. Nuestro padre fue un héroe de la milicia, tu madre una respetada ciudadana de Veluca… Y yo tengo que cargar ahora con el bastardo de un soldaducho bravucón porque mi hermana es una estúpida.  ¿Te cantaba poesía? ¿Te prometió una vida mejor? ¿O te fuiste a su entrepierna sin más?

    - A ti tampoco te ha ido muy bien. – Se defendió ella.  -Además, la gente ya no viene porque estás tú. Les produce rechazo venir a un local regentado por un cobarde. -La mirada de Burdok se encolerizó. Se disponía a cruzarle la cara con la mano abierta, pero fue interrumpido cuando alguien golpeó la puerta un par de veces.

    - ¡Abrid la puerta! – Exclamó la voz de un hombre en el idioma de la ciudad. Burdok golpeó la barra con la palma de la mano, provocando un gran estruendo. Ya no le respetaba ni su hermanita.

    - ¡Cerrado! – Chilló de mala gana en ese mismo idioma.

    - ¡Que se abra he dicho! – Insistió la voz. Burdok se levantó violentamente hacia la puerta. Iba a abrir, sí, pero a partirle los dientes al idiota que molestaba a esas horas.

    - Dile que no hay bebida y se irá. A mí me funciona. Y además es verdad. – Dijo Linzs. Burdok la ignoró, abrió los cerrojos y la puerta cedió un poco, lo suficiente para que dos de los hombres del exterior la empujaran y entraran. Burdok reprimió sus instintos asesinos al comprobar que eran seis hombres encapuchados. Los dos que se abrieron paso hacia el interior de la posada portaban antorchas, y como el resto, no ocultaban unos grandes y afilados machetes colgados de un cinto, sin funda. Cuando el que estaba más al fondo se quitó la capucha, Burdok quedo tremendamente sorprendio.

    - Veo que sigues con el mimo humor de perros de siempre, capitán. -Dijo el hombre en el idioma natal del aludido al comprobar la actitud de Burdok. El acento era de Veluca. De estatura y constitución anodina, tenía unos veintiocho veranos, el pelo moreno y muy corto, los ojos marrones y la nariz algo descolocada por una rotura. Llamaban la atención su mentón y los maxilares inferiores, muy marcados a pesar de no estar delgado.

    - ¡Estás vivo...! ¿Qué haces aquí? ¡Pasa dentro mercenario! -Dijo expresando cierto entusiasmo.

    - Esperadme aquí fuera. -Dijo el recién llegado en el otro idioma, para que le sus acólitos le comprendieran. Obedecieron y cerraron la puerta. - ¿Puedo sentarme? -Preguntó al entrar.

    - Descansa. – Miró a su hermana, que quedó paralizada.. – ¿Te pasa algo? -La chica negó rápidamente. -Pues vete arriba. – Obedeció resignada. ¿Por qué los hombres tenían la costumbre de apartar a las mujeres de ciertas conversaciones? Quería saber de que iban a hablar. Al menos tuvo el consuelo de haberse librado del guantazo. Por segunda vez.  Finalmente los dos hombres tomaron asiento. – No tengo mucho que ofrecerte… Andamos algo escasos para invitaciones. -Reconoció Burdok. Lo siento Varl.  -Varl había sido su número dos durante aquellos días en los que se dedicaban a cuidar una sección de la frontera. Un trabajo en principio fácil y bien pagado.

    - Eso he oído. – Dijo el chico. - ¿Esa era tu hermana?

    - Así es… - Dijo avergonzado. Si sabía algo en relaciín a su negocio, ya habría escuchado la historia de la posadera; de cómo se la benefició un bastardo.

    - Es muy guapa. Enhorabuena. - Dijo Varl asintiendo con la cabeza.

    - Gracias… Supongo. – Burdok quiso concluir con ese asunto. - ¿Qué haces aquí? Pensé que habías muerto cuando nos asaltaron en el campamento.

    - Escapé. Bueno, mejor dicho… Me soltaron. -Varl tomó un momento para explicarse. - Me pillaron en la tienda, con tan solo los calzones puestos. Cuándo les vi entrar pensé que me matarían así mismo. ¿Imaginas? Muerto en calzón. ¡Ridículo! -Río levemente- Nos apresaron durante dos días y nos soltaron. Sin previo aviso, de repente. Muy extraño, pero no tengo queja.

    - Es extraño sí… Mucho. -Coincidió Burdok.

    - En fin… Vine aquí por trabajo. Llegué hace dos días.

    - ¿Y esos tipos? -Preguntó Burdok.

    - Ah… Sí. Están bajo mi mando. Trabajan para el Maestre de la cofradía de comerciantes. Bueno, y yo también. -Aclaró. -  Son bastante palurdos, pero así, con esos cuchillos, al menos sirven para acojonar a los alborotadores y otra chusma por el estilo.

    - Me habéis dado un susto, sí... – Reconoció. - ¿Y trabajas para el regente de la ciudad? Debería darte vergüenza. Es un tirano.

    - Sí… Sé que ha tomado decisiones bastante impopulares… Y que la gente lo está pasando mal. Tú incluido. - Varl suspiró, mientras perdía la mirada, observando el saloncito.

    - ¡Le ha puesto un impuesto al agua! ¡Al agua! – Recriminó Burdok.

    - Lo sé, lo sé… No deja de ser un comerciante ya sabes… En vez de restringir su uso pues… saca tajada. Se necesitan provisiones para abastecer al ejército que la ciudad tiene desplegado al norte.. Y dinero. Si todo el mundo bebe gratis se acaba. Obedece órdenes de Marmun, su señor… Y el nuestro.

    - Yo no tengo señor. -Replicó Burdok.

    - En la práctica sí. Mientras vivas entre estos muros. – Varl explicó algo que su excompañero ya sabía. – Bueno, y tú, ¿a qué te has estado dedicando capitán? - Trató de cambiar de conversación, y adoptó un tono conciliador.

    - A tratar de sacar adelante este negocio ruinoso. - Burdok señaló con la cabeza a varios puntos del saloncito de la posada. – Pero como ya sabes, las cosas no van bien.

    - Imagino que el asunto de… bueno, el niño, no ayudará mucho.

    - Además de la deshonra -dijo con la cabeza gacha – dentro de poco será otra boca que alimentar. -Burdok recordó entonces algo. - Por cierto, ¿tienes algún contacto en el ejército? -Preguntó, esta vez, mirándole fijamente a los ojos.

    - No, y prefiero que siga siendo así. -Aclaró. – Desde el incidente aquel, a los de Veluca nos miran con lupa, como si no supiéramos guerrear. Mucho trámite para volver a las andadas. ¿Imagínate como están las cosas! ¡La primera derrota de unos hombres de “el Gran Rey” en años! ¿Por qué lo preguntas?

    - Quiero saber quién preñó a mi hermana y se olvidó de cuidar del regalito. -Dijo Burdok seriamente. -Quisiera... Localizarlo. Para hablar con él. Mi hermana no da prenda. Sé lo que todo el mundo sabe y comenta, que es un soldado al que condecoró el mismo Marmun, pero poco más.

    - Ah… Comprendo. -Varl asintió.- Pero bueno, no deberías darle más vueltas, estas cosas pasan. -Dijo amistosamente, tratando de empatizar con él.

    - No deberían de pasar. -Sentenció el excapitán.

    - Vamos Burdok, no me jodas. ¿Con cuántas fulanas has estado en la línea? Podríamos ser padres de media aldea, allá en el norte, en estos momentos, y no saberlo. -Varl río unos instantes.

    - Mi hermana no es ninguna fulana. -Burdok dijo esto tosco y seco, lo que paró la risa de su compañero de mesa.

    - Lo siento… - Adoptó un gesto serio al darse cuenta de su error. – No me malinterpretes. Lo que quiero decir es… Mira, ese tipo es un soldado, y por lo que dicen, de los duros. Mató a más de doce enemigos en una sola batalla. Ni tu ni yo hemos hecho eso nunca. No lo conozco personalmente, pero si no está con tu hermana, dudo mucho que vayas a hacerle cambiar de opinión por las buenas. -Varl Se encogió de hombros. - ¿Qué vas hacer, matarlo?

    - Es posible. – Concluyó Burdok.

    - Ya… Eso si no te mata él a ti. - Contestó Varl.

    - También es posible.

    - Es un soldado en activo. No creo que esté para riñas personales en estos momentos. En fin, tu mismo, es tu asunto. – Dijo finalmente con desaire. – En cualquier caso, no he venido aquí para hablar de los cotilleos de plazoleta.

    - Eso espero, porque ya he escuchado suficiente. Cada vez que salgo algun imbécil me recuerda como tiene mi hermana las tetas. Así que ya ves, debió de ir por ahí comentando la jugada. -Burdok dio un puñetazo en la mesa. - Quiero matarlo.

    - Matarle no os va a dar de comer. -Varl suspiró, y por fin introdujo el tema que le había traído hasta la posada de su antiguo jefe. - En cuanto a comer… El Maestre me ha enviado a hacerte una oferta.

    - ¿De trabajo? -Preguntó Burdok.

    - No, no… -Aclaró Varl. – Tú y yo oficialmente no nos conocemos, y tengo que confiar en ti para que esto siga así. Nunca trabajé para ti. Espero que puedas entenderlo.

    - Lo comprendo… No quieres ensuciarte con mi deshonra. -Dijo con no sin ocultar desprecio.

    - No me conviene, no, siéndote franco. -Reconoció Varl. A continuación, continó hablando para tratar de consolarlo. -Budok, los dos sabemos lo que pasó allí. No quedaba otro remedio que huir. Atacaron como un relámpago y no estábamos preparados. Nadie hubiera podido organizar la defensa a tiempo. Tú conseguiste huir, y a mí... bueno, me hicieron preso. Tuvimos suertes diversas, eso es todo.

    - Traté de salvar a mis hombres, no fue una retirada cobarde. -Aclaró. Era la enésima vez que lo había tenido que explicar desde que aquello ocurrió.

    - Sí, e hiciste bien. -Dijo Varl.- Pero ya sabes, se supone que nos pagan para morir protegiendo la frontera. O eso creen los villanos y campesinos. Necesitan sentirse protegidos. ¿Quién respetaría a un señor cuyos soldados huyen?

    - La oferta. – Burdok recuperó su mal humor, y decidió cambiar de tema. No le apatecía mucha mas cháchara en relación a eso, así que había decidido ir al grano.

    - Sí. -Sacó un papel que guardaba tras su oscuro camisón. – Verás, la ciudad necesita una nueva armería y un depósito de suministros. Pura casualidad que termine aquí, y los rumores populares me llevaron hasta ti. Tu tienes un local que no te rinde, así que imaginarás ya por dónde voy. Aquí esta la oferta. -Puso el papel sobre la mesa. Burdok lo cogió, omitió la letra y se fue directamente al apartado dónde se estipulaba la cantidad.

    - Esto es ridículo. -Dijo dejando el papel sobre la mesa. – Esta cantidad no cubriría ni los gastos de construcción. No podría ni contratar media compañía.

    - Tienes que aceptarla. -Se apresuró a decir Varl. –  La ciudad tampoco puede ofrecerte más. De hecho, pronto empezarán a expropiar viviendas para hacer barracones. El regente ha solicitado ya a Marmun la autorización. Los inquilinos no pueden pagar y los propietarios se están marchando. Esta es la urbe más cercana al frente, y te aseguro que dentro de poco se parecerá más a un gran cuartel. Ah, debo añadir que los soldados no tienen permiso para beber mientras sirven, por si estabas pensando enfocar por ahí el negocio. Estamos en guerra, y ahora mismo este lugar vale cero. Te aseguro que, dadas las circusntancias es una buena oportunidad para ti. Al menos te sacará de la ruina. Me ha costado mucho convencer al Maestre para que seleccione este emplazamiento para el depósito. Te estoy haciendo un favor capitán. Por los viejos tiempos. -Añadió.

    - ¿Llevas aquí un par de días y ya tienes tanta mano con el regente? -Preguntó Burdok extrañado.

    - Más o menos, sí. -Afirmó Varl.-  Digamos que el Maestre y yo tenemos… Intereses en común. Llegar hasta él fue fácil. Esta gente está bien educada para la guerra, pero no tienen ni idea de negocios y administración. Uno de Veluca siempre es bien recibido para ayudar en estos asuntos. No se si lo recuerdas, pero mi padre era contable.

    - Y tú un matarife. -Bromeó Burdok. - ¿Y puedo saber algo a cerca de esos intereses? Tal vez pueda ser útil.

    - Me temo que no pueden saberse, y que tampoco podrías aportar demasiado. - Dijo Varl tajante. -He tenido que cambiar mi identidad para que no me relacionen con los… acontecimientos pasados. -Vlan quiso decir "contigo" pero lo rectificó. Tampoco quería insultarle. - Venir aquí ha sido en parte una indiscreción, y no puedo permitirme más cosas así. Así que disculpa si soy opaco en lo concerniente a mi relación con el regente. Te recomiendo que hagas como yo; créate una nueva identidad, y de paso, desaparece. -Observo detenidamente a su antiguo capitán- Aunque puede que para ti no sea tan fácil… Llevas la guerra tatuada en el rostro. -Concluyó. Burdok se levantó hacia la barra, en silencio. Se apoyó en la misma y meditó unos instantes. Varl pudo escuchar como resopló. Negó con la cabeza, y cruzó la barra hacia el espacio de almacenaje que había bajo la misma. Buscó un tintero y se quedó mirando a uno de los pollos que había colgando. Todavía conservaba alguna pluma. Aunque incómoda para escribir, le valió como apaño para poder hacer una marca en el documento, a modo de firma. Aunque le dolía reconocerlo, Varl tenía razón. – Gracias por dejarme ayudarte capitán. Has tomado la mejor decisión posible. - Concluyó Varl satisfecho.

    - Sí, supongo que sí. -Dijo Burdok. – Imagino que debo agradecértelo. -Varl asintió y contestó a su excapitan:

    - Mañana mismo tendrás el dinero, a primera hora. Te lo dará uno de mis hombres. -Paró de hablar un momento y le explicó esto. - Yo no me puedo dejar ver más por aquí Burdok. Estos asuntos de menor importancia los resolvemos normalmente así, mandando a alguien. Sería sospechoso que volviera a hablar en persona contigo para un asunto tan trivial como la adquisición para una obra pública.

    - ¿Y no sospecharán ahora? -Preguntó Burdok. – Varl titubeó antes de contestar:

    - Bueno… Creen que he venido… Ya sabes, a ver a tu hermana, además de a cerrar el negocio. -Varl Volvió a dar más explicaciones. - Nadie sospecharía de alguien que mantiene relaciones con la hermana de su antiguo capitán. No te ofendas, solo trato de proteger mi posición. -Aclaró.

    - Menos mal que nos marcharemos pronto de aquí… -Dijo Burdok apretando los dientes. El enfadaba terriblemente el hecho de no poder enfadarse con Varl. La excusa era lógica si no quería que lo relacionaran con él.

    - Sí. -Afirmó Varl sin poder ocultar cierto entusiasmo. - ¡Prepárate cuanto antes! Tienes una semana hasta que comiencen las obras para acondicionar esto a su nueva función…

    - Entendido. -Confirmó Burdok.

    - Mucha suerte capitán. -Varl ofreció su mano.

    - Lo mismo te digo. – Burdok se la estrechó enérgicamente. -Supongo que esto es un adiós.

    - Un hasta siempre. ¿Recuerdas cuando pensabas que estaba muerto? -Burdok asintió. – Pues así estoy, muerto. -Concluyó Varl. - No lo olvides, por favor.

    Volvieron a despedirse en la puerta. Burdok la abrió al tiempo que Varl disponía la capucha para cubrirse la cabeza. Sus hombres estaban allí, frente al edificio, con las antorchas aún encendidas.

    - Vámonos de este lugar. -Ordenó Varl en el idioma de sus hombres, fingiendo cierto desprecio. - No tardaron mucho en doblar la esquina, y desaparecer finalmente entre las estrechas calles. Cuando los perdió de vista, Burdok cerró la puerta. Tenía que empacar sus escasas pertenencias al día siguiente. También comunicárselo a Linzs. ¿Cómo se lo diría? Su hermana se mostraba demasiado sensible últimamente. Quizá el cambio de aires le complacería. O no.  -Con estas mujeres nunca se sabe. - Pensó. Justo estaba pensando en aquello cuando, al darse la vuelta, ella le sobresaltó. Había estado escuchándolo todo desde el piso de arriba, sentada junto al hueco de la escalera.

    - ¿Entonces nos marchamos? – Preguntó Linzs, aun conociendo la respuesta.

    - Eres una fisgona. Vete a la cama. -Ordenó Burdok. Realmente, el espionaje de su hermana no le supuso sorpresa ninguna.

    - Quiero ir a Khudan. – Linzs dijo esto rápidamente.

    - ¿A Khudan? ¿Para qué? Eso está muy aislado de todo. Es el último culo del reino. -Preguntó Burdok extrañado. Hacía bastante que su hermana no le pedía un caprocho. Bien pensado, esta actitud era la normal, en vista de las circusntancias. No estaban para caprichos.

    - Creo que Jyns está allí. -Reconoció Linz mirando al suelo.

    - ¿Quién…? -Burdok en principio no lo entendió, pero finalmetne ató cabos. - ¡Ah…!  Se llama como el padre. -Pensó en alto. - Debí suponerlo. ¿Por qué no lo dijiste antes? -Su tono se volvió a endurecer. -Eso significa que no le odias.

    - No. – Los ojos de Linzs comenzaron a humedecerse.

    - ¿Se puede saber por qué lloras ahora? -Preguntó Burdok irritado. -¡Últimamente no haces otra cosa!

    - Porque me odia y yo le quiero Burdok... ¡Él me odia! – Rompió a llorar. - ¡Me odia! – Él quedo observando a su hermana unos instantes. ¿Qué sentido tenía ir a ver a alguien que te odia? Indagó, aunque no era muy afiionado a asuntos del corazón, su futuro inmediato podía depender de ello.

    - ¿Y qué le has hecho para que te odie tanto? -Preguntó Burdok al fin, confuso. Linz negó con la cabeza al tiempo que trataba de contener las lágrimas. - ¿No? ¿No qué? ¡Me estas desesperando con esto Linsz! ¡Explícame las cosas de una vez! – Los gritos empeoraron las cosas. Linzs sollozó violentamente varias veces, hasta que finalmente articuló dos palabras:

    - Tu amigo.

    - ¿Varl? ¿Qué pasa con él? – Preguntó Burdok confuso.

    - Vino a comprar la posada, pero le dije que no podía venderla por lo que me ofreció, y que, además, no era mía. -Linzs respiró unos instantes. Le costaba contar aquello. Se estaba poniendo en peligro. Observó la cara impábida de su hermano, y tras esto continuó hablando. - Él... Él me estuvo insistiendo, pero yo me negaba, y entonces se puso violento. Me zarandeó, me golpeó y después quiso abusar de mi. – Explicó Linzs, hablando entrecortadamente. Burdok, que llevaba acumulando maldiciones y palabrotas en el fondo de su alma a medida que escuchaba a su hermana, estuvo a punto de estallar, mucho más coléricamente de lo que incluso él mismo estaba acostumbrado. No era solamente irascibilidad. Tenía odio. Linsz lo notó rápidamente, y antes e que eso ocurriera, finalizó su relato de los hechos. – No pudo porque dejé la puerta sin los cerrojos, y en ese momento vino Jyns a verme. -La llantina volvió a acrecentarse. - Entonces se apartó rápidamente, y se fue del lugar haciendo aspavientos. No le conté nada a Jyns porque se rumoraba que Varl trabajaba para el regente, y si Jyns hubiera tratado de matarlo, se hubiera puesto en peligro. - Se quedó mirando a su hermano, pero parecía no reaccionar.

    - ¡Continúa Linzs! – Ordenó Burdok desesperado. -¿Cuándo pasó eso? -Ella asintió, y siguió hablando entre sollozos:

    - Hace meses. -Afirmó Linzs. – Dijo que iba a pagar cara mi insolencia. Y entonces… empezaron los rumores. Que si el niño no era de Jyns, que si Varl me pagaba por acostarse conmigo… Y los cotilleos populares hicieron el resto. Todo el mundo comenzó a dar por supuesto que mi hijo es un bastardo suyo, pero lo peor no fue eso. Jyns los creyó. Un día vino muy enfadado, y me dijo que le era muy dificil creerme, y que además recordaba como había visto al muchacho salir de la posada justo cuando él vino un día... En fin, me abandonó. Le vi triste, se que él me quería. Se marchó decepcionado. -Linzs paró un momento, y trató de recomponerse. - Varl quería echarme de la ciudad, pero aguanté, a pesar de que hizo lo imposible por arruinarme. Supuse que era cosa e su jefe, el regente. Por algún motivo, quiere la posada.  El resto ya lo sabes. - Suspiró. - Comenzó la guerra, atacaron tu campamento, y yo ya no sabía si estabas muerto hasta que apareciste. Pensé que Varl había muerto también, pero por lo que he visto y oído, tuvo fortuna el desgraciado. -Linzs dirigió una mirada llena de rabia y frustación hacia el suelo, y apretó los dientes. - Me dijo que te pasaría algo si abría la boca, además de amenazarnos a mí y a mi hijo. Supongo que al final se ha salido con la suya. - Burdok se quedó en silencio unos instantes, reflexionando.

    - Sí. La posada es ya es suya. No entiendo que tiene de especial. -Se quedó pensativo una vez más, muchas cosas no le cuadraban. - Tuvo mucha “suerte” de salir vivo... Maldito hijo de puta. - Burdok recordó entonces que su número dos le pedía permisos cada cierto tiempo. Como era época de paz, a él incluso le venía bien. Durante los permisos, los mercenarios no tienen soldada, y era un dinero que Burdok se ahorraba. Continuó dándole vueltas a la cabeza. Estaba claro que Varl no conocía al Maestre de dos días… Ya le había resultado extraño. Probablemente emplearía ese tiempo en trabajar para él en algún asunto turbio. Debían de conocerse desde hace un tiempo considerable. El regente es un tirano, no un imbécil. No pondría a alguien como mano derecha sin confiar lo suficiente en él. Varl le había mentido. ¿Tendría eso alguna relación con el ataque sorpresa a la embajada que se dirigía al norte? De no haber estado Varl, esto hubiera podido resultar sospechoso. O quizá era un topo, el que daba la señal…. No sabía bien. Todo eran divagaciones. Que lo soltaran sin más después de hacerle preso junto a otros hombres, era algo extremadamente raro. Por eso había más supervivientes. De haber sido él solo, hubiera resultado extraño. Raro... todo había sido raro aquella noche… Incluido el propio enemigo. No parecían soldados regulares, ni nórdicos, ni piratas, ni nada que hubiera visto antes. Vestían con capuchas y presentaban un aspecto místico. Recordó el extraño medallón que encontró en su huida del lugar, el que entregó a Marmun, el Secretario del Rey y señor de Rivacheg... También recordó que el centinela no había avisado del ataque. Sus hombres nunca se dormían en las guardias... Burdok esaba muy confuso, miles de ideas le iban y venían ¿Acaso había una conspiración contra él? ¿Se estaba volviendo loco? ¿Lo querían liquidar? ¿Y para qué quería el regente su local, habiendo muchos otros disponibles en la ciudad? Varl había dicho que para un depósito de suministros. Probablemetne mentira. En tiempo de guerra, era legal que un gobernante pudiera expropiar. El regente podía haber tomado el local gratis con tan sólo esperar a la autorización de Marmun, que ya estaba en curso. Quizá Varl le había pagado esa miseria por consideración… Es posible que su trabajo para con el regente no implicara algo personal contra él. Burdok y su hermana, posiblemente, eran víctimas colaterales de algún tipo de asunto político. ¿Qué hacer? Su cabeza le ordenaba que cogiera el dinero, se olvidara del regente, de Varl, y de todo este asunto para irse con su hermana y su sobrino, preferentemente lejos de allí. En cambio, un instinto imperaba con más fuerza en sus adentros, una necesidad que le ordenaba empotrar a Varl contra una pared, ponerle un cuchillo entre las piernas y hacerle hablar. Después le arrancaría la lengua, o algo peor. El pago venía mañana. Aquella iba a ser una noche larga y con muchos quebraderos de cabeza para Burdok...


    Última edición por Dosjotas el Lun Sep 05, 2016 12:28 pm, editado 2 veces


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    Mensaje por Mikeboix Dom Ago 28, 2016 11:31 pm

    Spoiler:

    Me tienes enganchado, deseando estoy leer el siguiente. Por cierto, dijiste que había un protagonista en la historia. ¿Es Burdok? Leyendo la introducción de momento echo en falta a otro personaje, que creí que sería el protagonista: el hijo del obispo de Swadia, ese chaval adoptado por un señor nórdico.
    Otra cosilla, supongo que tu Burdok es el Bunduk de Warband. ¿Decidiste cambiarle el nombre por algún motivo, o son personajes distintos?

    ¡Un saludo!


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    Mensaje por Dosjotas Lun Ago 29, 2016 1:25 am

    Gracis Mike. Protagonistas va a haber varios (muchos, com mayor o menor protagonismo), pero prefiero desarrollarlos todos un poco antes de pasar al siguiente. Burdok es uno de ellos. Los actos tienen lugar geográficamente, ahroa estamos en Rivacheg, cuando lleguemos al norte, dónde está la orden, sabremos más sobre el hijo del obispo, el obispo, y en general, la movida que hay en el norte (se está desarrollando una guerra allí!)

    En cuánto al nombre, un poco las dos cosas. Lo tengo que reconocer; ¿Sabes cúando escribes involuntariamente mal algo y al final como siempre lo haces así, así se queda? Pues eso pasó con Burdok.
    Así que sí, es él pero ya no es él. Razz

    Más cosillas; corregidas erratas, algún error ortogáfico, errores gramaticales y fallos de expresión y en el estilo de narrativo. Espero que ahora se entienda todo un poco mejor, que a veces es un poco denso hasta que lo arreglo.

    Gracias! Very Happy



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    Mensaje por Dosjotas Lun Sep 05, 2016 2:11 am

    ((Pendiente de revisión))

    ---------------------------------------------------------------------

    Uno de los hombres del regente había irrumpido en mitad de la noche frente a la puerta de su modesto apartamento, y ahora, Varl Roumik caminaba malhumorado por las lóbregas calles de Rivacheg. Vivía en una primera planta, situada en una de las tantas callejuelas contiguas a la plaza central. Se había vestido conforme al protocolo nocturno habitual; discreto y con ropajes oscuros; camisa, calzas, botas de suela blanda y una capa con capucha. Previamente se habría pasado una esponja empapada en el agua tibia que guardaba en un cubo de madera. Llevaba días sin hablar con el regente, y aquel acólito se había limitado a informarle de que deseaba verle con urgencia, para inmediatamente después desaparecer. Nada nuevo; cuando él quería algo de Varl, lo hacía llamar mediante uno de sus hombres, independientemente del momento y del lugar
    Su reunión con el regente transcurriría, como de costumbre, en el salón de las actas, el mismo lugar donde el quinto día de la semana se congregaba el consejo de la cofradía de mercaderes para votar diversas decisiones. Varl entró en el edificio con el permiso de los hombres que lo custodiaban. En la plaza adyacente, la del mercado, quedaba la típica chusma que poblaba el lugar a aquellas horas; hombres dedicados a tareas dudosas, prostitutas, borrachos durmiendo la mona sobre las piedras que conformaban la calzada, y, por último, algunos guardias, que permitían, previo pago, el trapicheo de bienes teóricamente racionados en época de guerra. Ninguno de ellos tuvo arrestos para dirigirle la palabra. Varl era, aun extraoficialmente, un hombre del regente, y la gente de los bajos fondos era la primera en conocer ese tipo de nombres.

    Cuando Varl se persono finalmente en el salón de actas, observó que el regente ocupaba la silla que presidía una gran mesa de roble situada en mitad del espacio. Era un hombre de cincuenta y tantos años. Aunque como todos los comerciantes, era de origen plebeyo, su aspecto le confería un talante aristocrático. Vestía un suave camisón de seda roja sobre la que se acomodaba una gruesa camisa gris algo holgada, abrochada hasta casi el cuello mediante unos botones dorados adornados con piedras preciosas. Sus calzones eran de un azul aterciopelado, y sus zapatos, de cuña alta y tacón duro, lucían un negro impoluto. Tenía la nariz notablemente fina y larga, de puente y aletas estrechas, una cara y constitución extremadamente delgada, y los ojos tan achinados y negros que algunos casi lo relacionaban con ancestros Kerghitas, aunque esto no fuera así. Su rostro se mostraba absoluta y concienzudamente rasurado, con la excepción de sus dos finísimas cejas, que conformaban un amplio arco bajo su frente, y algún lacio y pobre pelo color castaño oscuro que le sobrevenía de su escasa y siempre cuidada cabellera, guardada bajo una gran boina roja. La sala no llegaba a ser un lugar opulento, pero estaba decorada con buen gusto: el ventanal que daba al patio interior carecía de cortinas, pero sus cristales relucían impolutos. Luego estaban las lámparas de aceite de ballena, que aun sin ornamento alguno, tenían un acabado impecable, además de cumplir su función a la perfección, iluminando el lugar. Los suelos, conformados por maderas clara y bien trabajadas, componían un mosaico que se contagiaba al resto de la sala, proporcionándole un cierto aire distintivo y selecto. También había varias figuritas de bronce con diversos motivos militares sobre las grandes cajoneras labradas, que hacían de archivadores, decorando la sala.  Quizá la nota más elegante la pusiera la gran alfombra de origen serraní: lucía minuciosas y diversas formas geométricas que se entrelazaban entre sí con exquisitez, guardando así de ralladuras el suelo, ya que estaba situada bajo la mesa y las sillas que ocupaban durante sus reuniones habituales los grandes comerciantes y su maestre, allí presente.


    - Siéntate. – Ordenó el regente mientras observaba un papel. Varl no logró distinguir si se trataba de una carta personal o de algún documento administrativo ordinario. En cualquier caso, las letras ocupaban casi toda la superficie del pliego. Obedeció, ocupando la silla situada inmediatamente a la mano derecha de su jefe. Sobre la mesa había un tintero, en cuyo interior el regente introdujo la punta de una pomposa pluma color bermellón. Varl se limitó a observar como el maestre parecía plasmar unos garabatos al final del escrito que estaba manejando, para finalmente enrollarlo y dejarlo a un lado, centrando finalmente su mirada en él – Supongo que querrás saber porque te he hecho llamar a estas horas. – Dijo el regente con un tono despectivo. Varl, al intuir la irónica hostilidad en sus palabras, se limitó a asentir. Su boca pareció esbozar un “sí”, pero no llegó a pronunciarlo. – Bien. – Continuó hablando el regente. - Todo tiene una explicación. – Hizo un silencio para captar toda la atención del receptor de sus palabras, y apoyó las palmas de las manos sobre la mesa para asegurarse de que su rostro pareciera lo más siniestro posible. A continuación, siguió hablando. - Mis hombres, por lo general, hacen lo que se les pide, y por desgracia para tu descanso nocturno, no tienen horarios. Llegan cuando terminan. – Puntualizó. Varl parecía confundido, así que el maestre fue concluyendo. –Mis informadores en Khudan me han asegurado que han visto una carreta por la ruta blanca. Nada sospechoso si con ella no viajaran una mujer joven, su bebé… Ah sí, y un mercenario caído en desgracia. Su descripción encaja con la del único testigo que queda con vida de aquel desafortunado incidente. Supongo que sabes de lo que hablo… El ocurrido a la embajada enviada por nuestra queridísima majestad a los pueblos nórdicos. -Dijo esto último con retintín. - Y resulta que nuestro personaje estaba escoltado por media docena de hombres armados… Y yo me pregunto de dónde podría un hombre muerto sacar una cantidad decente para pagar una escolta así. Claro que, como los muertos no deberían caminar, ni contratar escoltas, me he visto en la obligación de llamarte para que me lo expliques. -La cara de Varl se tornó del mismo color que los tejados de la ciudad en pleno invierno. ¿Qué hacía Burdok allí? Varl se lo imaginaba camino a Veluca, lejos del reino, en la otra dirección. La ruta blanca transcurría por la nevada taiga, ahora completamente deshelada, conectando Khudan con el resto de las ciudades del reino.  Su mente se obstruyó, así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza:

    - Usted me pidió que me librara de él. – Dijo fugaz. – Y eso he hecho. – El regente encolerizó, lo que no sorprendió a Varl, que sabía que acababa de dar una respuesta torpe:

    - ¿¡Me tomas por idiota!? – Los dedos de sus manos se retorcieron, y sus uñas parecían querer arrancar astilla por astilla cada centímetro de la superficie de la mesa. Después rechinó sus alargados dientes, esbozando una horripilante mueca. - ¡Quería decir que lo mataras! Lo dejé claro. – Dijo remarcando esta última palabra. Si hubiera tenido algo lo suficientemente pesado a mano, lo hubiera arrojado en ese instante sobre la cabeza de Varl. - ¡Ni siquiera te has molestado en inventar una excusa! – Exclamó iracundo. El regente tenía razón; había fallado.

    - No lo vi necesario señor. Por eso no lo maté. –  Aclaró Varl. -Pensé que con mandarlo fuera del reino sería suficiente.

    - Mientes. – Replicó el regente. –  Te has tomado muchas molestias en hacer eso. Incluso antes de que yo mismo supiera que había logrado salir con vida del ataque. Tu escolta la paga mi bolsillo, no lo olvides. Tarde o temprano me entero de todo. Eres un estúpido. – Sentenció. El regente decía la verdad, y sabía que Varl se había comportado con debilidad hacia Burdok por un asunto afectivo, cosa imperdonable, ya que las prioridades de la Orden no entendían de camadería y amistad. Sus hombres le habían contado todo; como, en cuanto supo que Burdok había sobrevivido, trató de anticiparse a su vuelta presionando a la hermana para que se largara de la posada, de manera que el capitán, desposeído de bienes y familia en el lugar, se fuera de allí al no tener nada que lo retuviera. También había terminado por enterarse de como finalmente pudo deshacerse de él, aunque le había costado un pellizco, y lo más importante: no lo había matarlo. Antes de que Varl pudiera mediar palabra, el regente continuó hablando: - Acabas de firmar tu sentencia de muerte… O, mejor dicho, acabo de hacerlo yo. – El regente señaló con sus achinados ojos el documento que acababa de apartar. Varl permaneció callado, confuso y temeroso, al tiempo que el regente desenrollaba el escrito con deliberada lentitud, disfrutando a costa de cada instante de desconcierto y recelo que lograba hacer germinar en el rostro de Varl.  Comenzó a balbucear varias palabras sin demasiado interés a medida que las leía. Era lenguaje burocrático, pero Varl se estaba dando cuenta de lo que pasaba, y lo confirmó cuando el regente detuvo su alocución en seco para abordar claramente la parte final. – Aquí está por fin. – Puntualizo al llegar a esa parte. – El pueblo de Rivacheg debe acusar a Varl Rouimik, no natural de esta tierra, por los siguientes actos: pertenencia a orden religiosa ilícita, prohibida expresamente por decreto de su majestad el Rey Yaroglek I… Vaya… Esto es grave…  -Dijo el regente a modo de mofa. -Pero hay más… Conspiración, asesinato, traición, injurias… ¡Y brujería! ¡Qué te parece! – Dijo con sarcasmo. Enrolló con fingida naturalidad el documento y volvió a apartarlo, dejándolo sobre la mesa. – Espero que te des cuenta de que significa esto.

    - Sí señor… Lo siento. No volveré a cometer este error. – Lamentó Varl.  

    - Bien. – Dijo el regente satisfecho. – Puede que mi hija no quiera que te mate, pero recuerda que una acusación “anónima” y probada es algo que estoy obligado a firmar…. Como acabas de comprobar. ¿Entendido? - La hija del regente era su debilidad; una caprichosa dama de la reina bien posicionada con influencia suficiente como para complicarle la vida a su padre, al que odiaba profundamente. Aficionada a las rimas picantes y otros tipos de prosa libertina y ocurrente, Varl supo hacer valer sus artes en esto para encandilarla, con el único objetivo de llevarla a su modesto apartamento hasta enamorarse de ella, en sucesivas ocasiones. Todo ocurrió durante las fiestas populares de la ciudad, dónde plebeyos, ricos o pobres, compartían espacio y bebidas embriagadoras, antes de que la bella y antojadiza joven ascendiera de posición, pero el regente no era un hombre que se dejara domar a la ligera.  Al igual que su hija, hizo valer sus riquezas para posicionarse bien, y en cuanto obtuvo la regencia de la ciudad gracias a aquella guerra “casual”, pudo aprovechar las virtudes en materia de engaño de su posible futuro yerno, y a su vez ponerle la soga al cuello. Así mataría dos pájaros de un tiro; trataría de conseguir una posición respetable para él en la ciudad, de modo que el honor de su hija no se viera salpicado por mantener una relación amorosa con un villano de clase baja, y a su vez, le tendría atado en corto.

    - Entendido señor. – Dijo Varl automáticamente.

    - Si te digo que mates, matas. – Dijo el regente. - Espero no tener que llevar nunca este escrito ante juicio popular. Te aseguro que no se salva ni un acusado. He visto arder a inocentes, y no me gustaría vérmelas con un papel idéntico a este, pero con mi nombre en vez del tuyo, por alguna estupidez como esta. Por suerte para ti, ese capitán ya no es un problema.

    - ¿Lo ha matado? – Preguntó Varl tratando de ocultar preocupación.

    - No, ya no hace falta. -Aclaró. - Otro más estúpido que tú ya había metido la pata, pero con la diferencia de que a él el obispo le ha cortado la cabeza por su error. – El regente puntualizó esto último, mirando severamente a Varl, el cual bajo la mirada cobardemente. – Acabo de saber que este hombre actuó en el asalto a la embajada del rey, y tuvo la poca delicadeza de llevarse el medallón identificativo de la Orden al lugar de los hechos… Perdiéndolo allí. De alguna manera ha llegó a las manos de Marmun, quien obviamente informó al rey. Él sabía que la Orden estaba implicada en esta guerra desde el principio.


    - ¿Sospechan de nosotros? Varl parecía nervioso. Valoraba mucho su propio pellejo, y el patíbulo era una situación que le horrorizaba.

    - No. – Dijo el regente tajantemente. – Marmun, Yaroglek, y el resto del reino piensan que las acciones del obispo y de la Orden se limitan a los territorios de los reinos del norte. Esto lo refuerza el hecho de que las noticias que traigo me las ha dado el propio Marmun para mantenerme al tanto, como regente de sus tierras que soy. -Miró un momento hacia el ventanal. La luna, oculta por unas nubes pasajeras, había apagado sus destellos plateados sobre el patio interior, dejando aquel pequeño jardín completamente sombrío. Suspiró antes de continuar hablando. – Cuando el rey declaró la guerra, pensamos que se la declaraba a los nórdicos, pero nos la estaba declarando a nosotros desde el principio. Los hechos lo demuestran.

    - Sigo sin entenderlo. – Dijo Varl.

    - Naturalmente, porque eres un idiota. – Dijo el regente despectivo. – ¿Dónde ha atacado el rey?

    - En Sargoth y Thir. – Contesto Varl.

    - Exacto. Los núcleos de población más fortificados, pero no los más ricos. El comercio es casi inexistente allí. En las ciudades viven los caudillos con sus cortes y soldados, pero la riqueza verdadera está en el campo. Si el rey quisiera sacar provecho económico de esta guerra, como es natural, atacaría a primero sus aldeas, y después pondría sitio a las ciudades para conquistarlas, pero en esta ocasión ha hecho al revés. ¿Sabes por qué? - Varl no contestó, permaneciendo con la mirada perpleja. – Claro que no lo sabes… - Dijo el regente con desprecio. – Porque es en las cortes dónde nuestra Orden tiene más fuerza, ya que las zonas rurales aún permanecen fieles a sus dioses paganos… Intenta acabar con el obispo, y con la Orden del Profeta Blanco en su totalidad, por la fuerza, eliminar a la élite dirigente, y después ofrecerse como protector de sus gentes respetando su religión. Pronanlemente respeten más a un rey extranjero que les conquiste sin matarles y respete sus credos y costumbres que a uno local que abuse de ellos y pretenda cambiarles de religión.

    - ¿Por qué iba a hacer eso? – Preguntó Varl. – Lleva una ventaja considerable en la guerra. La religión está dividiendo a sus reinos. Podría anexionarse esos reinos por la fuerza en menos de un año. El botín sería inmenso.

    - Otra vez muestras poca visión diplomática Varl… - Dijo el regente indignado. – No dispone de tanto tiempo. En cuanto el Pontífice Celestial logre convencer al Emperador, el rey de los Swadianos, de que tome cartas en el asunto como protector de la fe, Yaroglek se vería con dos frentes abiertos. ¿Para qué arriesgarse a dos guerras pudiendo lograr como aliados a uno de los frentes? El rey podría hacer tributarios a los nórdicos a cambio de protección, y el Reino de Swadia se vería obligada a iniciar una campaña ofensiva en nombre de una fe que la población de este reino rehúye por decreto real. El viejo zorro del rey solo tendría que aguantar la campaña hasta que las nevadas hicieran su trabajo… Barriendo sus ejércitos.  Así que es importante que actuemos rápido.

    - ¿Qué hay que hacer señor? – Varl estaba, a estas alturas, completamente confuso. Necesitaba mostrarse sumiso y sabía cumplir órdenes, incluso llevar a cabo planes para que estas llegaran a buen puerto, pero todo aquel asunto bélico escapaba a su entendimiento.

    - Tú ir al norte. – Sentenció el regente. – Te he explicado esto para que comprendas la gravedad de los hechos, pero no tienes nada que hacer en este asunto. Tu misión es otra; Infiltrarte en el campamento del jefe de Sargoth. Yaroglek planea ponerle sitio a esta ciudad en menos de un mes, y el hijo del obispo forma parte de la guardia de su caudillo, así que una vez comenzado, será muy dificil sacarlo de ahí.

    - Ah... Un rescate. – Varl asintió con la cabeza.  - Sencillo. Puedo hacerlo sin problemas señor. Estaré aquí con el hijo del obispo en dos semanas.

    - Eso no es todo. – El regente negó con la cabeza. – Cuándo lo rescates, debes dirigirte al frente que dirige Marmun, y se lo debes entregar. – Varl miró al regente completamente confuso. ¿Entregarle al hijo del obispo al mismo Marmun, su enemigo? ¿Estaba loco? – El joven hijo del obispo no debe saber nada. -Alaró el regente. - Son órdenes directas del Pontífice Celestial. Ten. – El regente le hizo entrega de un par de documentos enrollados, así como de un saquito repleto de monedas. – Son pruebas que vinculan a ese hombre con la Orden del Profeta Blanco y demuestran que su padre es el obispo. Son documentos auténticos, del archivo de Suno, me los ha enviado el mismo Celestial. Di que el hijo del obispo los llevaba encima. Te creerán a tí antes que a él.  Lo otro... -Miró el saquito. - es para hombres y sobornos, además de tu bonificación habitual. Adminístralo como veas. En relación a los documentos, no creo que sean necesarios, pero utilízalos si hiciera falta para asegurarte de hacer comprender a Marmun quien es el rehén. Hay recompensas por capturar personajes como este. Cuando la cobres, regresa aquí con el dinero. Nos vendrá bien como financiación. Si Marmun hace alguna pregunta acerca de tus motivaciones hazte el fundamentalista. Di que crees ciegamente en el rey y su credo, o invéntate algo, tu sabrás. -Ordenó el regente.

    - ¿Entregaremos al hijo del obispo para recaudar fondos? – A Varl le pareció sospechoso que la Orden o el mismísimo Pontífice Celestial necesitaran con tanta urgencia el dinero como para comprometer la seguridad del hijo de uno de sus hombres más prominentes.

    - La Orden no puede permitirse errar. – Dijo el regente. – Ni siquiera el Celestial consiente que su líder lo haga. Él cometió un error al mandar hombres estúpidos para la misión de la embajada, y ahora va a pagarlo con su hijo, si no le cuesta algo más… Así que espero que tomes nota… – Varl asintió al oír esto. – Y cumplas con tu misión sin deslices. – Dirigió la mirada de nuevo al escrito enrollado sobre la mesa. – Tu vida depende de ello.  ¿Entendido?

    - Entendido señor. – Afirmó Varl.

    - Bien. -El regente se levantó de su asiento. – Lárgate. No quiero volver a verte hasta que termines tu tarea.


    Varl abandonó el lugar, volviendo a recorrer aquellas callejuelas umbrías con un profundo sentir amargo; ya había cometido una traición contra sus camaradas por culpa de la dichosa Orden, y ahora debía dirigirse a mandar a las mazmorras a un inocente, justo cuando creyese respirar aliviado rumbo a su libertad. No. Se estaba engañando. Lo había hecho por ella. ¿Cuánto tiempo llevaban sin verse? ¿Cuánto tiempo más abusaría el regente de su poder antes de permitirle estar con su hija? Paseó la mano sobre las bolsa que contenía el dinero que le había entregado, y se acordó de un viejo alquimista que al menos le facilitaría la tarea para con el hijo del obispo. Al menos así no tendría que hablar con él. Sería como entregar un paquete de trigo muy pesado. En ese momento, pasó bajo el cartel de madera que colgaba del primer piso de la edificación dónde hasta hace unas semanas se encontraba la posada de su antiguo capitán, regentada por su hermosa hermana. No había deparado en ella a la ida debido a su mal despertar, especialmente acusado a esas horas. ¿Qué hacían Burdok y Linzs rumbo al sureste?


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    Es agradable ser importante, pero más importante es ser agradable.

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