Capitulo 5Este capitulo es mas largo que el resto así que...disfrutenlo
Ampurias era una ciudad muy concurrida, en gran parte debido al gran potencial económico del que gozaba, por esta razón no era raro ver las numerosas calles de la metrópoli atiborradas de personas. La vida en la ciudad era frenética y estresante, la marabunta de gente corría de un lado a otro, haciendo recados, comprando o vendiendo los exóticos productos que abarrotaban los puestos comerciales, e incluso había algún que otro orador dando discursos a grupos de personas.
Flavius había conseguido pasar de una forma medianamente discreta entre la marabunta humana. El frenesí que parecía poseer hasta el último de los ciudadanos ,junto al ajetreo del día a día, conseguían que pasar sin que nadie se fijara en ti fuera cosa fácil. Muchos de ellos ni siquiera levantaban la cabeza de la tarea que tenían entre manos.
Muy distinto del caos que invadía la zona baja de la ciudad, la Acrópolis parecía un oasis de serenidad, los pocos que deambulaban en esa zona lo hacían en un silencio sepulcral ,cómo si el mas mínimo sonido fuera a despertar a una horrible bestia, de esas que habitan en el hades y que plagaban la mitología griega.
Por otro lado, las estatuas que invadían todo la ciudadela le otorgaban a esta un aire místico. Los rostros de los dioses y héroes griegos estaban esculpidos en la blanca piedra con todo lujo de detalles, casi parecía que en cualquier momento fueran a mover sus musculosos cuerpos y repetir las hazañas de los antiguos mitos.
Sin embargo la escasez de personas también hacia más fácil destacar entre la multitud, y más aun si llevabas una armadura romana cubierta de sangre.
Flavius sabia que no iba a ser bien visto que se presentara ante un cónsul y toda su corte con su equipo lleno de suciedad y restos humanos,era una falta total de disciplina y una ofensa para los presentes.
Pero eso a él le daba igual, de todas formas sabia que su cabeza no iba a permanecer mucho tiempo pegada a su cuerpo. Agredir a un superior estaba penado con la muerte, y estaba seguro que lo primero que haría Cornelius al llegar era informar de sus actos al consejo.
El líder del manipulo tardo aun una hora mas en presentarse, se notaba que había estado horas preparándose: había sustituido su desgastada armadura por la típica toga que vestían los de mas alto rango, se había peinado lo mejor que sabia y depilado el poco vello que contenía su cara. Se limito a ignorar a su segundo, el cual le esperaba en las escaleras que conducían al improvisado centro de operaciones,y se dirigió directo al encuentro con sus superiores. Flavius creyó notar que se había perfumado con alguna fragancia exótica, un olor agradable que no había olido con anterioridad. Sin embargo por mucho que se perfumara o arreglara nunca podría disimular su mayor vergüenza, el inmenso moratón que se extendía donde el casco había impactado con su piel, este hecho le provoco una gran sonrisa al culpable del golpe. Después de deleitarse varias veces recordando el momento justo del impacto,dirigió su mirada a la inmensa polis que se alzaba a sus espaldas, había quedado deslumbrado por la belleza de la ciudad costera desde el primer instante en que la vio, y deseaba volver a contemplarla una ultima vez.
No tardó mucho tiempo en estar preparado para afrontar su destino, así que con un sonoro suspiro se encaminó hacia la gran puerta de madera.
Aunque había estado en situaciones de vida o muerte miles de veces, tantas que le sorprendía seguir de una pieza, esta vez era distinto. No iba a poder salir de allí a golpe de espada, no podía luchar contra el líder de una legión y el gobernador de la ciudad en la que se encontraba, por muy buen luchador que fuera no tenia ni una mísera oportunidad con tal cantidad de enemigos.
Solo podía hacer una cosa, tener un último acto de rebeldía. Iba a presentarse con su armadura sucia y deteriorada,para que todos vieran la sangre de sus compañeros caídos en combate, también mantenía el casco con el que había golpeado a cornelius sujeto al cuerpo, aguantándolo contra su pecho con su mano derecha, muestra de que no se arrepentía de sus actos.
Cómo el había predicho, las caras de los allí presentes lo recibieron con muecas muy diversas, algunas eran de asco, otras de rabia, pero todas tenían algo en común, todas reflejaban el poco aprecio que los miembros del consejo del cónsul le tenían.
Sin embargo, entre toda la hostilidad que se respiraba en el aire aun habían algunas caras que no mostraban sentimientos negativos alguno.
Entre ellas se encontraba la de cornelius, que al ver la gran cantidad de gente que odiaba a su subordinado había esbozado una gran sonrisa en el rostro, sin duda parecía estar deleitándose de su mala fama.
Otra de esas caras amigables se dirigía hacia él,también mantenía una sonrisa en el rostro, pero la de este era mas pequeña,y mostraba que su propietario se alegraba de ver al recién llegado.
Flavius rápidamente identifico al hombre que se dirigía hacia él, era Cicero, un Centurión de un manipulo de triarii. Estos soldados eran la élite del ejercito romano, eran los mas veteranos de las legiones manipulares, y contaban con las armaduras más pesadas y con unas armas distintas al resto de legionarios, pues a diferencia de los demás, estos llevaban lanzas en vez de las espadas conocidas como gladius.
-Veo que se te da bien hacer amigos Flavius-dijo el centurión sin borrar la sonrisa del rostro.
Cicero era uno de los pocos oficiales que formaban el circulo intimo de Cneo, y como tal era de la minoría de centuriones a los que tenia en cuenta a la hora de elaborar la estrategia de las batallas. A pesar de codearse con los de más rango no se parecía en nada a ellos, el poder no se le había subido a la cabeza, además mantenía una relación de fraternidad con sus soldados muy parecida a la que mantenía Flavius con los suyos.
-Si quieres conocer como es un hombre de verdad, fíjate en como trata a los que tiene bajo su mando-pensó mientras revivía un recuerdo en su mente. En una ocasión había visto como Cicero ofrecía a uno de sus soldados, el cual había perdido a su esposa recientemente a manos de unos bandidos, un sitio para el niño en su propia villa, estaban en medio de una campaña lejos de su hogar, y sin una madre para cuidarlo y un padre fuera de casa el niño estaba totalmente solo.
Básicamente le salvó la vida a su hijo.
-Sabes que odio todo el revuelo que se forma cuando Cneo monta un consejo-Contesto está vez en voz alta- la mitad de esos oficiales sólo están aquí para intentar conseguir un ascenso.
-Querido por los soldados y odiado por los superiores...hay algo que no estás haciendo bien-
Flavius se limitó a emitir un sonoro gruñido ante la broma de Cicero.
-Entonces supongo que tienes suerte...ya no tendrás que aguantarlos mucho más- el tono simpático y despreocupado fue sustituido por uno más serio, y Flavius enseguida supo a que se refería.
-Como...-
-¿Cómo me he enterado?-le interrumpió- nada más visualizar la ciudad a la lejanía Cornelius envío un mensajero, Cneo ya está al tanto de tus actos...al igual que todos los presentes.-
-Maldita rata de cloaca...-
-¿Cómo se te ocurre golpear al hijo de un Patricio?, Quien por si no te habías dado cuenta es tu superior-
-Ese bastardo envío a sus hombres a una carnicería con la esperanza de subir escalafones, es una vergüenza para el cargo que ostenta, y no se merece ser el superior de nadie- dijo mientras apretaba con fuerza sus puños, se notaba claramente el odio en su mirada.
-Has herido su orgullo de niño malcriado, puede pedir tu cabeza en una pica en cualquier momento...si es que no lo ha hecho ya.-
-Sabes que no le temo a la muerte Cicero-
-Solo los que no tienen nada que perder son tan estúpidos como para no temerle a la muerte, y tú tienes mucho por lo que luchar.
Así que quédate callado cuando te manden a declarar y deja que intenté sacarte de esta-
-Cicero, trae a nuestro recién llegado había aquí-dijo Cneo sin levantar la mirada de un mapa de Hispania, que marcaba puntos clave de cartagineses, romanos y diversas tribus íberas.
Flavius caminó hacia el centro de la sala, donde los estrategas estaban reunidos alrededor del dibujo a escala de Hispania, con paso firme y decidido.
Sabía que en cuanto llegará allí comenzaría un debate que decidiría si su vida acababa en ese preciso instante... aunque por las caras de los presentes parecía que no iba a ser muy largo, ellos ya habían decidido.
Se detuvo justo enfrente del cónsul, quien siguió contemplando el mapa cómo si nada más importara.
Su rostro estaba impasible, era imposible saber que era lo que pasaba por su cabeza, y no parecía importarle la tensión que aumentaba gradualmente en la sala.
A pesar de su bravuconería anterior, Flavius no pudo evitar sentir como un sudor frío le recorría la espalda.
La interminable espera había provocado que todos los miedos que había intentado mantener a raya antes explotaran en una espiral de desesperación y terror, todo su cuerpo le gritaba que saliera corriendo, que intentara escapar de lo que parecía una muerte segura, mientras que su mente deambulaba entre recuerdos aparentemente aleatorios: su infancia y adolescencia en la villa de su padre, su periodo de instrucción, las diversas batallas que había librado, e incluso el momento justo del golpe. y en último instante, las caras de su hermana y madre.
-No- pensó- no puedo permitirme caer en la desesperación, eso no es lo que Padre hubiera querido...eso no fue lo que me enseñó-
-Si voy a morir, lo haré con la cabeza bien alta, sin arrepentirme de mis actos y orgulloso de honrar a mis hermanos caídos en batalla- continuo, está vez en voz alta para que toda la sala pudiera escucharle.
Flavius pudo ver de reojo el revuelo que había causado entre los presentes, y también a Cicero, el cual se llevó una mano a la cara.
-Dejadme a solas con él-dijo Cneo antes de que nadie pudiera decir nada.
Muchos se mostraron reticentes a abandonar la sala, pero al ver que su líder no iba a cambiar de opinión ,decidieron que lo mejor era marcharse.
Incluido cornelius, quien había sustituido su gran sonrisa por una mueca de enfado.
-Bonito espectáculo chico, pero esto no es el coliseo, reservate tus bravuconerías en mi presencia-
-Lo...lo siento señor- respondió Flavius sorprendido por lo que acababa de pasar.
-Estoy al tanto de tu acto de agresión contra cornelius, una falta de ese tipo está penada con la muerte. Sin embargo,he decidido investigar un poco, y estoy al tanto de lo que ocurrió en aquel campo de batalla, sesenta y cinco perdidas frente a las doscientas bajas enemigas. Concretamente cinco perdidas tuyas y sesenta de Cornelius, una escaramuza digna de mención desde luego.-
Cneo había conseguido saber todo lo ocurrido en aquel campo de batalla, incluyendo cifras exactas. Desde luego el cónsul era bueno en su oficio, y tenía muy presente cómo era cada hombre a su mando.
-Gracias señor, solo cumplo con mi deber-Había entrado en esa habitación pensado que sería ejecutado, y ahora se le estaba alagando por sus actos, Flavius no podía salir de su sorpresa.
-Ahorrate la humildad, aún no he acabado. Después de comprobar tu valía había decidido que sería más beneficioso mantenerte vivo con una serie de "penalizaciones" , pero tú entrada triunfal y tu falta de disciplina han agravado bastante la situación.
Todos mis estrategas quieren tu cabeza en una bandeja, aunque yo creo que nos sería más beneficiosa si continuara pegada a tu cuerpo- sentenció- sin embargo, tal falta de disciplina no puede quedar sin castigo. Tu paga será suspendida indefinidamente, y serás ajusticiado con treinta latigazos. Ya pensaré un destino lejos de esa panda de buitres. Mientras, te aconsejo que te prepares, los latigazos van a dejar marca-
Tras decir estás palabras Cneo hizo un gesto para que Flavius se fuera, y volvió a girarse a contemplar el mapa.
-La viva imagen de su padre- el centurión ya se había alejado varios pasos, pero aún así escucho lo que el cónsul había dicho en voz baja, y no pudo evitar sonreír mientras se alejaba del lugar que casi se convertía en su tumba.